domingo, 14 de diciembre de 2003

Hace unos dias habia comentado que buscando cosas en mi biblioteca habia encontrado una de esas joyas del pasado.
Aqui viene pa' que la disfruten:
La Máquina que Ganó la Guerra
(Isaac Asimov)
La celebración duraría mucho tiempo e impregnaba la atmósfera aun en las silenciosas honduras de las cámaras subterráneas de Multivac.
Ante todo, se notaba el aislamiento y el silencio. Por primera vez en un decenio, los técnicos no daban mil vueltas de un lado a otro de los órganos vitales del gigantesco ordenador, las luces tenues no parpadeaban y el flujo de información esta detenido, ni entraba ni sália.
No permanecería detenido mucho tiempo, por supuesto, pues las necesidades de la paz serían apremiantes. Pero durante un día, tal vez durante una semana, incluso Multivac podría celebrar la gran ocasión y descansar.
Lamar Swift se quitó la gorra militar y miró al largo y desierto corredor principal del enorme ordenador. Se sentó con aire cansado en el taburete giratorio de un técnico y el uniforme, con el que nunca se había sentado cómodo, sel pobló de arrugas.
- Lo echaré de menos, de un modo tanto perverso- comentó-. Cuesta recordar los tiempos en que no estábamos en guerra con Deneb y ahora me parece antinatural estar en paz y mirar las estrellas sin angustia. Los dos hombres que acompañaban al director ejectutivo de la Federación Solar eran más jóvenes que él. Ninguno parecía tan melancólico. Ninguno parecía tan absolutamente cansado.
Jhon Henderson, de labios finos, no pudo contener el alivio que sentía en medio del triunfo y dijo: -Están destruidos. Destruidos. Es lo que me digo una y otra vez y no puedo creerlo. Hablamos mucho y durante muchos años de la amenaza que se cernía sore la Tierra y todos sus mundos, sobre todos los seres humanos, y siempre era verdad, palabra por palabra. Y ahora nosotros seguimos vivos y los denebianos están aplastados y destruidos. Ya no habrá amenaza, nunca más.
-Gracias a Multivac-asitió Swift, con una serena mirada al imperturbable Jablonsky, que durante toda la guerra había sido el principal intérprete del oráculo de la ciencia-. ¿Verdad,Max?
Jablonsky se encogió de hombros. Automáticamente fue a coger un cigarrillo, pero decidió no hacerlo. Entre los miles que vivían en los túneles de Multivac, era el único al que se permitía fumar, aunque hacia el final había realizado denodados esfuerzos para no hacer uso de ese privilegio.
-Bueno, esos es lo que dicen ellos.
Su gordo pulgar apuntó hacia arriba.
-¿Celoso, Max?
-¿Porque ovacionan a Multivac?¿Porque Multivac es el gran héroe de la humanidad en esta guerra? - El curtido rostro de Jablonsky cobró un aire desdeñoso-.¿En qué me afecta? Que Multivac sea la máquina que ganó laguerra, si eso les place.
Henderson miró de soslayo a los otros dos. En ese breve intervalo que los tres habían buscado en un rincón apacible de una metrópoli enloquecida, en ese entreacto entre los peligros de la guerra y las dificultades de la paz, cuando por un instante todos podían hallar sosiego, sólo era consciente del peso de la culpa.
Y de pronto ese peso resultó abrumador. Tenía que liberarse de él, quitárselo de encima junto con la guerra.
-Multivac no tuvo que ver nada con la victoria -declaró-. Es sólo una máquina.
-Una máquina grande presisó Swift.
-Sólo una máquina grande, entonces. No es mejor que los datos que recibió.
Se calló turbado por sus propias palabras.
Jablonsky lo miró. Volvió a hacer el ademán de coger un cigarrillo y se arrepintió de nuevo.
-Nadie lo sabe mejor que tú. Tú proporsionaste los datos. ¿O sólo quieres atribuirte el mérito?
-No - protestó Henderson-. No hay mérito. ¿Qué sabes de los datos que debió usar Multivac? Predigeridos en cien ordenadores auxiliares de la Tierra, de la Luna, de Marte e incluso de Titán. Y Titán siempre retrasado y siempre esa sensación de que sus cifras intriducirían una tendencia imprevista.
Enloquecería a cualquiera - dijo Swift comprensivamente.
Henderson sacudió la cabeza.
-No fue sólo eso. Admito que hace ocho años, cuando reemplacé a Lepont como jefe de programadores me encontraba nervioso. Pero en esa época reinaba cierta euforia. Aún era una guerra a distancia, una aventura sin peligro real. No habíamos llegado al punto en que intervenían naves tripuladas y las distorsiones interestelares podían engullir un planeta entero si se apuntaban correctamente. Pero entonces, cuando comenzaron las verdaderas dificultades... -Con ira, pues por fin se la podía permitir, declaró-:¡No sabéis nada de ello!
-Bien, pues cuéntanoslo. La guerra ha terminado. Hemos vencido - lo alentó Swift.
-Así es. -Henderson movió la cabeza afirmativamente. Tenía que recordar que la Tierra había vencido, de modo que toda había sido para bien-. Bueno, los datos perdieron sentido.
-¿Perdieron sentido? ¿Lo dices literalmente? -se alarmó Jablonsky.
-Literalmente. ¿Qué esperabas? El problema con vosotros dos era que no estabais metidos hasta el cuello. Tú nunca te ibas de Multivac, Max, y tú, director, no abandonabas la Mansión más que en visitas oficiales, en las que veías exactamente lo que ellos querían que vieses.
-Pero no era tan ingenuo como crees -replicó Swift.
-¿Sabes en qué medida -se disparó Henderson -los datos concernientes a nuestra capacidad productiva, a nuestro potencial de recursos, a nuestros combatientes, en suma todos los datos desicivos para el esfuerzo bélico se habían vuelto indignos de confianza durante la última mitad de la guerra? Los líderes, tanto los civiles como los militares, se empeñaban en proyectar su imagen mejorada, como quien dice, así que ocultaban lo malo y exageraban lo bueno. Hicieran lo que hiciesen las máquinas, quienes los programaban e interpretaban sus resultados tenían que pensar en su propio pellejo y en los competidores. No había modo de detener aquello. Yo lo intenté y fracasé.
-Por supuesto -trató de consolarlo Swift -. Ya imagino que lo intentarías.
Jablonsky decidió encender el cigarrillo.
-Pero supongo que le suministraste datos a Multivac para programarlo. No nos hablaste de que fueran indignos de confianza.
-¿Cómo podía decirlo? Y si lo decía ¿Cómo ibais a creerme? -se irritó Henderson -.Todo nuestro esfuerzo bélico dependía de Multivac. Era la gran arma de nuestro bando, pues los denebianos no contaban con nada parecido. ¿Qué otra cosa mantuvo nuestra moral frente a la catástrofe, sino la certeza de que Multivac siempre predeciría y frustraría toda maniobra denebiana y siempre llevaría a buen término nuestras maniobras? ¡Santo Espacio! Una vez que nuestra distorsión-espía fue eliminada del hiperespacio, carecíamos de datos denebianos fiables para alimentar a Multivac y no nos atrevimos a revelarlo al público.
- Eso es verdad - corroboró Swift.
- Pues bien - prosiguió Henderson -, si os decía que los datos no eran fiables, ¿qué habrías hecho, salvo reemplazarme negándoos a creerme? No podía permitirlo.
-¿Qué hiciste? - quiso saber Jablonsky.
- Como hemos vencido, os diré lo que hice. Corregí los datos.
-¿Cómo? -se interesó Swift.
-Por intuición, supongo. Los barajaba hasta que parecían correctos. Al principio ni me atrevía; retocaba un poco aquí y un poco allá para corregir imposibilidades obvias. Como el mundo no se derrumbó, me volví más osado. Hacia el final ni me importaba. Escribía los datos necesarios a medida que se iban necesitando. Incluso le pedí al Anexo Multivac que me preparase datos de acuerdo con un patrón de programación que yo habia diseñado para ese propósito.
-¿Con cifras aleatorias? -preguntó Jablonsky.
-En absoluto. Introduje varias tendencias necesarias.
Jablonsky sorió inesperadamente, y sus ojos oscuros centellearon bajo las arrugas de los párpados.
-Tres veces me presentaron informes sobre utilización autorizada del Anexo, y los dejé pasar. Si hubiera importado, lo habría investigado y te habría localizado, John, averiguando así lo que hacías. Pero nada relacionado con Multivac importaba en esos días, de modo que te saliste con la tuya.
-¿Qué quieres decir con que Multivac no importaba? -se mostró suspicaz Henderson.
-Que no importaba. Si te lo hubiera contado en ese momento, te habría ahorrado sufrimientos, pero también si tú me hubieras dicho lo que hacias me los habrías ahorrado a mí. ¿Qué te hizo creer que Multivac funcionaba, fueran cuales fuesen los datos que le proporcionabas?
-¿No funcionaba? -se asombró Swift.
-Pues no. No funcionaba con fiabilidad. A fin de cuentas, ¿dónde estaban mis técnicos en los últimos años de la guerra? Os lo diré; se encontraban alimentando ordenadores en mil dispositivos espaciales. ¡Se habían ido! Yo tenía que apañarmelas con muchachos en quienes no podía confiar y con veteranos que no estaban actualizados. Además, ¿creéis que podía fiarme de los componentes en estado sólido que salían de los criógenos en los últimos años? En los criógenos no estaban mejor situación que yo en cuanto a su personal. A mí no me importaba que los datos que se proporsionaran a Multivac fuesen o no fiables. Los resultados no lo eran. Es sí lo sabía.
-¿Qué hiciste? -quiso saber Henderson.
-Lo mismo que tú, John. Introduje un factor modificador. Ajustaba las cosas por mera intuición. Y así fue como la máquina ganó la guerra.
-Cuántas revelaciones. Ahora resulta que el material que se me entregaba para guiarme en las desiciones no era sino una intepretación humana de datos preparados por humanos. ¿No es así?
-Eso parece -asintió Jablonsky.
-Entonces, hice bien al no fiarme mucho de ellos.
-¿No te fiabas de ellos?
Jablonsky, a pesar de lo que acababa de contar, se sintió insultado profesionalmente.
-Me temo que no. Multivac parecía decir: ataca aquí, no allá; haz esto, no lo otro; espera, no actúes. Pero yo nunca tenía la certeza de que estuviera diciendo lo que aparentaba decir o de que quisiera decir lo que decía. Nunca tenía certeza.
-Pero el informe final estaba claro -se defendió Jablonsky.
-Para quienes no tenían que tomar la desición, quizá. Para mí no. El horror de la responsabilidad de semejante decisión era insoportable, y ni siquiera Multivac bastaba para eliminar ese peso. Pero lo cierto es que mis dudas estaban justificadas y eso me causa un gran alivio.
Entusiasmado con tal conspiración de confesiones mutuas, Jablonsky optó por prescindir de la categoría de su director ejecutivo.
-¿Y qué hiciste, Lamar? Al fin y al cabo tuviste que tomar desiciones. ¿Cómo?
-Bien, es hora de regresar, pero...Os lo contaré primero. ¿Por qué no? Utilizé un ordenador, Max, sólo que uno más antiguo que Multivac, mucho más antiguo.
Buscó en su bolsillo los cigarrillos y sacó un paquete junto con un poco de calderilla; monedas anticuadas, que databan de los años anteriores a la época en que la escasez de metal alentó la creación de un sistema crediticio ligado a una red informática.
Swift sonrió tímidamente.
-Sigo necesitándolas para que el dinero me parezca sustancial. A un viejo le cuesta abandonar sus hábitos de juventud.
Se puso un cigarrillo en los labios y fue guardando las monedas en el bolsillo, una por una.
Retuvo la última moneda entre los dedos, mirándola distraídamente.
-Multivac no es el primer ordenador, amigos, ni el más conocido ni el más eficaz para eliminar de los hombros de los ejecutivos la carga que supone tener que tomar importantes decisiones. Una máquina ganó la guerra, en efecto, John. Al menos, un muy sencillo dispositivo de cálculo, que yo utilizaba cada vez que tenía que tomar una decisión realemente difícil.
Con una sonrisa nostálgica, arrojó la moneda al aire. El metal produjo un destello en el aire al girar y la moneda cayó en la palma extendida de Swift, que cerró la mano y la apoyó en el dorso de la mano izquierda, ocultando la moneda con la mano derecha.
-¿Cara o cruz, caballeros?

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