(Ana Clavel)
Cada vez que se cortaba el pelo perdía un poco de
memoria. Ella no lo sabía y tampoco los que la
rodeaban, así que, en más de una ocasión, la tomaron
por desatenta y dejaron de dirigirle la palabra. Por
supuesto, ella lo sentía y no se explicaba por qué
la gente terminaba por alejarse.
Entonces se miraba al espejo. Reparaba en el hilito
que sobraba del suter; reconocía sus hombros caídos y
probaba a darles aliento: suspiraba profundamente.
Observaba que el pelo le había crecido y que un
mechoncillo rebelde se obstinaba en enfrentarla con la
vida. Resolvía un nuevo corte. Y cada vez, el rechazo
y el cabello rebelde hacían lo suyo.
Un día, decidió cortar por lo sano. El mundo prometía
paraísos trémulos e inexplorados, palpitantes como su
cabeza rapada.
Un amiga me regaló este cuento a propósito de mi reciente pérdida de cabello. Cabe aclarar que 'no voy a cortar por lo sano'
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